Es muy triste, pero muy propio de la condición humana, valorar mucho más aquello que tienes cuando dejas de tenerlo. Quien nos iba a decir que echaríamos de menos el caos de las reuniones de escalera, las risotadas en las terrazas o un buen vagón de metro cargadito de humanidad.
Por estar todo el año quejándonos de lo ruidosa y maleducada que es la gente, el destino, la madre naturaleza o quien sea que esté al mando ha decidido que la Semana Santa, esta vez, sería muy especial.
En lugar de aglomeraciones, ruido, y olor a almendras garrapiñadas e incienso, nos han organizado una Pascua con calles vacías, persianas bajadas y hermandades cerradas a cal y canto. Y mucho silencio.
El ruido será molesto. Pero el silencio también puede resultar atronador.
El Jueves Santo, los visitantes habituales lo tuvimos que pasar lejos de Málaga y de la Virgen de la Zamarrilla. Pero pensando en Málaga y en nuestros malagueños queridos. Todo el tiempo.
Málaga en Semana Santa con las calles vacías habrá sido como un escenario sin actores. Porque los protagonistas en esta ciudad durante estos días –y siempre- son sus habitantes. Los trabajadores, los jubilados, las familias que bajan a la calle y se reconocen en sus tradiciones.
Me he imaginado a Málaga sin malagueños, y se me representa como un bello cuerpo.. sin vida. La falta de latido social habrá sido especialmente notorio en una ciudad donde el contacto entre personas forma parte de su esencia.
Por ello estoy convencido de que la Semana Santa silente, de calles empedradas limpias de cera, de terrazas recogidas y sin el tambor y los metales de las bandas, habrá resonado como un profundo clamor en el ánimo de los malagueños. Ellos como nadie habrán sentido el pinchazo del aislamiento.
Pero también habrán sentido más tangible que nunca el valor de esta conmemoración donde hombres y ahora también mujeres se juntan para hacer algo sin ningún provecho económico. Un esfuerzo colectivo con un solo objetivo: encontrarse, interactuar, y sentirse parte del grupo. Algo que sólo se consigue de forma presencial. Esta sí es una red social, no lo que llevamos en el móvil.
La Semana Santa de Málaga es una de las avanzadillas contra la globalización y contra la sociedad digital. No la única, pero lo es de forma muy poderosa. Es analógica, idealista y solidaria. Y presencial al máximo. Un soplo de aire fresco que este año no ha podido ser, pero que el año que viene volverá para dar oxígeno a todos sus actores, los de todo el año y los que somos de adopción.