canal 9

Tal y como está mi profesión, pronto tendremos que taparnos los ojos con una banda negra cuando salgamos por televisión y admitir, avergonzados, que somos periodistas. Madre mía qué temporada más negra para el gremio.
Todo empezó con la presentadora de Intereconomía Carmen Baños que, después de leer un paso a video manifestó, sin saber que tenía el micro abierto, su “total disconformidad” con lo que acababa de leer. Y te preguntas inocentemente: “¿y por qué lo lees?”. Y aún más: “y una vez que todos sabemos ya que no compartes lo que lees, ¿por qué no dimites?”. Será que para algunos compañeros lo de la objetividad y el código deontológico son solamente molestas consideraciones segundarias en comparación con lo principal: seguir percibiendo puntualmente la nómina.

Algo, por cierto, bastante heroico en Intereconomía, que no paga regularmente a sus trabajadores desde hace meses. Estos incluso –y no es una exageración ni una invención- han tenido que traerse durante semanas el papel higiénico de sus casas porque su empresa no alcanzaba ni para eso. Después de acumular numerosos retrasos en los pagos, los responsables del canal convocaron recientemente a todos los trabajadores no para anunciarles que iban a saldar su deuda, sino para comunicarles un nuevo aplazamiento hasta finales de año. “Me quedo porque no tengo donde ir”, me confesó uno de ellos.

Luego pasó lo de Canal 9, un batacazo para los medios de comunicación públicos españoles. Los profesionales de la cadena, cuando se han visto de patitas en la calle, han empezado a hablar claro: manipulación informativa, coacciones para silenciar este o aquél dato incómodo, planos cerrados para disimular las calvas en las manifestaciones afines… La miseria habitual de cualquier medio sometido a un dictado político o empresarial, que son… ¿todos? Pero parece que solamente cuando uno no tiene nada que perder es cuando se ve con fuerzas para ser un periodista de raza.

En la profesión no ha sentado nada bien el cierre de Canal 9, por el impacto social que tiene dejar a más de mil familias en el paro ni por el impacto político de cercenar el derecho de los valencianos a informarse de lo que ocurre en su comunidad, en su lengua, a través de un medio público. Pero también ha incomodado entre mis compañeros la forma en la que ha reaccionado parte de la plantilla, destapando ahora todo el pastel de la manipulación, incluso en un tema tan grave como el del accidente en el metro de Valencia. “¡Antes había que hablar!”, se exclamaba esta semana en las redacciones. No en balde Canal 9 triplicó la audiencia el día en que sus trabajadores tomaron el mando y empezaron a denunciar los excesos de sus ya dimitidos jefes.

Luego he leído a Anna Grau, columnista de ABC que antiguamente fue delegada del diario AVUI aquí en Madrid. Anna carga contra la periodista de Canal 9 que ha denunciado la manipulación de su medio, y cuenta a su vez que ella ha sido manipulada en la tertulias de TV3, donde antes de salir al plató le cantaban los temas que se iban a debatir (algo tan aberrante como comer escudella i carn d’olla el dia de Navidad, por poner un caso).

Anna Grau también cuenta que dejó de colaborar con el diari Ara, con el que yo colaboro también de vez en cuando, porque le censuraron un artículo. Me he leído el artículo de la discordia. En él, Anna cuenta un desagradable episodio con una señora negra en un autobús de Nueva York cuando ella vivió allí. La conclusión del artículo viene a ser que algunos negros han adoptado las peores actitudes de los blancos racistas, y que actúan con resentimiento contra todos los blancos sin distinción. Parece ser, según ella, que en el Ara le dijeron que el lector no terminaría de entender esa opinión.

No sé qué pasó ni lo he preguntado. Conozco a Anna desde hace años, y me ha sorprendido un poco que ahora se defina en ABC como “española sin complejos”. Cuando yo la traté, siendo delegada de Avui en Madrid e incluso antes, no iba de este palo. Pero tiene todo el derecho a sentirse ahora como quiera, faltaría más.

Lo que no veo tan bien es que, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, ahora se sume a la oleada de opiniones que, ante la intención de Catalunya de caminar sola expresada por primera vez con voz firme, califican al soberanismo de expresión miope y pueblerina, y le atribuyen todos los males del control político de los medios de comunicación. Anna sabe que en Catalunya había tanta censura en los medios controlados por Convergencia como en los que estaban bajo el yugo del PSC, y del PP cuando éste ha estado en la Moncloa. Y si no, que le pregunte a su amiga (y mía) Esther Jaén lo que era Ràdio Barcelona de la SER o COM Ràdio en las épocas duras del socialismo catalán. No nos hagamos trampas al solitario, que aquí nos conocemos todos.

Yo he trabajado en AVUI, Catalunya Ràdio, TV3, diari Ara, La Vanguardia, El Mundo Deportivo, Telemadrid, Telecinco, Cuatro, la Sexta y Antena 3. En todos los medios ocurren cosas que pueden llevar al profesional de la información a plantearse conflictos éticos. En todos ellos –salvo en el Ara, de momento- he encontrado a jefes con más ganas de la cuenta de agradar a sus superiores. Cualquier ideología política puede ser útil a los amantes de la escalada profesional. Y eso no tiene nada que ver con el país ni con su voluntad de ser o de dejar de ser un sujeto de soberanía.

Ya vale de ventajismos y de disparar contra el más débil amparados por el poderoso aparato de Estado. En este juego no es lo mismo ser soberanista que ser unionista, porque los efectivos en uno y en otro lado no son comparables. Dice Anna en su artículo que cualquier periodista con años de experiencia ha sufrido intentos de dirigismo político que han puesto a prueba su ética profesional. Algunos sucumben a la primera y otros resisten hasta el final. Pero no saquemos conclusiones generales en función del último que nos ha perjudicado, porque a lo mejor estamos haciendo un flaco favor a nuestra objetividad. Y más cuando escribes en el ABC, uno de los libelos anticatalanes que con más fiereza han atacado históricamente la convivencia en nuestro país desde la atalaya del centro y con el fuego de cobertura de todo el aparataje españolista.

Tan dañino para la objetividad es un censor como un periodista tramposo.